Holga 120 Ahora está solo, otra vez solo. No tiene un amor presente, no tiene al amor futuro. No tiene nada más que un viejo y desgastado colchón en el que se tira cada vez que se aburre de los colchones de sus amantes pasajeras. El colchón está arrumbado, triste, observándolo, espiándolo. Está ahí: presente. Él lo sabe, siempre lo ha sabido. No lo quiere, ya ni le gusta, pero sabe que lo tiene para cuando regrese cansado de dormir en camas distintas, con mujeres distintas. Estando con ellas recuerda lo bien que se sentía descansando en su antiguo colchón y quiere salir corriendo a echarse en él, le ilusiona la idea, lo busca con entusiasmo, por fin lo tiene enfrente y cuando se acuesta se da cuenta de que está lleno de nudos, se le clavan los alambres en la espalda, rechina, no lo deja dormir bien. Entonces se incorpora, se sacude molesto y se dispone a encontrar uno nuevo.
Al fin y al cabo el viejo colchón siempre estará… Hasta que éste se de cuenta de que ya no sirve y, en un acto increíblemente mágico y desesperado, cobre vida, se mueva y decida arrastrarse hasta al cenicero intentando que alguna colilla de los cigarros que él está fumando le caiga encima, lleve una pequeña chispa que lo incendie y acabe de una vez por todas con el martirio de sólo esperar su soledad.